El Torreón (The Keep) es una película de 1983, dirigida por Michael Mann, basada en la novela de F. Paul Wilson. Mann consigue un buen comienzo y una buena atmósfera, pero pronto muestra sus límites y la película se alarga de forma previsible. Sin embargo, las imágenes son preciosas y la banda sonora de Tangerine Dream es sensacional.
Rumanía, 1941. Una columna nazi llega al pequeño pueblo cerca del paso de Dinu en los Cárpatos. El capitán Klaus Woermann (Jürgen Prochnow), jefe de los nazis, es el encargado de vigilar el paso.
Woermann se siente atraído por una gran y antigua fortaleza, cuyo propietario, según explica Alexander, el cuidador, es desconocido. Alexander insta a los nazis a no profanar el lugar: también revela que nadie se atreve a pasar la noche allí por las pesadillas que provoca.
Woermann se muestra escéptico, pero cuando, a pesar de sus órdenes y de las advertencias de Alexander, dos soldados extraen dos de las 108 cruces de plata que adornan los muros de la fortaleza, algo sobrenatural se desata y mata a los profanadores con una violencia sin precedentes.
El comandante Kemper (Gabriel Byrne), mucho más decidido y menos impresionable que Woermann, llega para hacerse cargo de su compañero de escuadrón con el objetivo de devolver la situación a la normalidad. Convencido de la culpabilidad de algunos aldeanos, creyéndolos conspiradores comunistas, ordena su ejecución.
Mientras tanto, Woermann, tras interrogar a Alexander sobre el incidente, consigue traer al lugar a dos prisioneros judíos que podrían descifrar lo que está ocurriendo: un profesor de unos cuarenta años pero que sufre una disfunción genética que le hace parecer viejo y su atractiva y joven hija.
Mientras tanto, un hombre misterioso, que ha sido testigo de lo que ha ocurrido en la fortaleza en un sueño, sale de Grecia en un barco para llegar allí. Después de algunos acontecimientos misteriosos, queda claro que él es el guardián de la fortaleza, el único capaz de controlar la fuerza maligna dentro de sus muros.
Inspirado en la novela de F. Paul Wilson, el experimentado director estadounidense Michael Mann decide llevar a la pantalla en El torreón una narración tan fascinante como difícil de realizar.
La película comienza bajo los mejores auspicios, hasta el punto de que los primeros veinte minutos están llenos de misterio y tensión sobrenatural, potenciados por la espléndida fotografía del director y la magnífica música de Tangerine Dream.
Sin embargo, las limitaciones de su guión no tardan en revelarse: cuando no ha transcurrido ni la mitad de la película, la tensión baja considerablemente y la trama se arrastra lentamente hasta un final decepcionante (pero salvado de alguna manera por los efectos especiales).
Mientras que la primera “aparición” de la fuerza sobrenatural que habita en la fortaleza es de gran impacto (probablemente la mejor escena de la película), las siguientes, realizadas con efectos especiales típicamente de los ochenta, parecen mucho menos convincentes hasta el punto de casi hacer sonreír al espectador.
Incluso el análisis interior de los personajes principales de la película parece inadecuado: parecen ser figuras tan cuadradas (está el nazi malo, el bueno, el profesor que parece saberlo todo, la chica guapa, el deus ex machina) y la discreta interpretación de los actores implicados ciertamente no ayuda.
Es una pena, porque el planteamiento narrativo de Mann en El torreón es al menos interesante: está claro que el director pretende crear tensión en el alma del espectador mezclando el horror real de la guerra con el horror atávico y sublime de lo sobrenatural.
En El torreón, Mann quiere indagar en el alma humana, y en particular en el miedo irracional y la violencia que rondan en ella, pero sus limitaciones como filósofo son evidentes y acaba haciendo la narración aburrida y algo previsible.
Lo que queda es la belleza de las imágenes y, sobre todo, la espléndida banda sonora de los alemanes Tangerine Dream, monumento nacional de la electrónica progresiva, cuya música es absolutamente perfecta para una película de este tipo.