El hundimiento

El hundimiento (Der Untergang), nominada en 2004 al Oscar a la mejor película de habla no inglesa y con un estreno controvertido en su Alemania natal —donde finalmente se convirtió en un considerable éxito de taquilla visto por más de 4,5 millones de personas—, el costoso drama psicológico-histórico del director Oliver Hirschbiegel y el guionista-productor Bernd Eichinger (unos 15 millones de dólares), ofrece un agónico retrato de los últimos días de Adolf Hitler y la Alemania nazi.

Aunque en general es absorbente, El hundimiento adolece de una duración excesiva (156 minutos), una sobreabundancia de personajes casi indistinguibles en papeles menores, y una tendencia a enfatizar los aspectos más obvios de la narración.

En el lado positivo, los excelentes valores de producción, la apropiadamente sombría partitura de Stephan Zacharias y varias interpretaciones clave —incluido el febril Adolf Hitler del nominado al premio al mejor actor europeo— ayudan a elevar El hundimiento por encima del nivel de la mayoría de las películas de la época nazi.

En esta adaptación a la gran pantalla de dos libros (que se detallan más adelante), la Alemania nazi está en sus últimos estertores. En su búnker subterráneo, Adolf Hitler (Bruno Ganz) está cada vez más alejado de la realidad mientras ve cómo su sueño de “Deutschland über Alles” se desvanece.

Algunos de los que están bajo su mando son igualmente incapaces de pensar racionalmente. A estos hombres (en su mayoría) se les ha lavado tanto el cerebro —aunque sea de forma voluntaria— que preferirían enfrentarse a la muerte antes que a un mundo sin nacionalsocialismo.

Mientras tanto, en la superficie, en las calles de Berlín, el pueblo alemán es abandonado a su suerte mientras las tropas rusas se acercan a la ciudad.

A pesar de los diversos deslices narrativos y de dirección que se mencionan más arriba, la presencia de Bruno Ganz es suficiente para hacer de El hundimiento una película imprescindible.

El veterano actor —más conocido internacionalmente como el ángel caído en Las alas del deseo, de Wim Wenders— realiza una caracterización de Adolf Hitler de primer orden, profundizando mucho más allá de la mera recreación de manierismos para transmitir un individuo complejo con una psique profundamente deformada.

De camino a convertirse en una representación cinematográfica icónica al estilo de Bette Davis en ¿Qué fue de Baby Jane? y de Robert De Niro en Taxi Driver, la interpretación de Ganz puede resultar exagerada para algunos, algo así como la versión nazi de la Joan Crawford de Faye Dunaway en Mommie Dearest.

Pero si es así, ¿han visto esas personas alguna vez alguna película de Hitler?

Der Führer, como la mayoría de los líderes “carismáticos” que agradan al rebaño, no era lo que se dice “comedido”.

Con o sin explosiones volcánicas, el Adolf Hitler de Bruno Ganz da en el clavo.

Muchos de los actores secundarios de El hundimiento están por debajo de su nivel, pero la coprotagonista de Aimee y Jaguar, Juliane Köhler, aunque esté un poco relegada a un segundo plano, es una excelente Eva Braun, mientras que Heino Ferch tiene una presencia imponente como Ministro de Armamento y Producción de Guerra, Albert Speer.

Lo más inquietante —y lo más memorable— de todo, la Magda Goebbels de Corinna Harfouch es la encarnación perfecta de la propensión demasiado humana al fanatismo psicopático.

Si hubiera habido justicia en la temporada de premios, Harfouch habría sido una de las principales candidatas al Premio del Cine Europeo del año pasado. (Como, absurdamente, “El hundimiento” no se estrenó en EE.UU. hasta 2005, ella —junto con Bruno Ganz y el resto de talentos de la película— no pudo optar a los premios de la Academia).

Irónicamente, a pesar de toda la rabia y la desesperación representadas en El hundimiento, uno de los momentos más notables de la película tiene lugar durante una plácida entrevista que aparece al final.

En las imágenes de archivo del documental de 2002 de André Heller y Othmar Schmiderer Blind Spot: Hitler’s Secretary / Im toten Winkel – Hitlers Sekretärin, la antigua secretaria de Adolf Hitler, Traudl Junge (como una mujer joven, interpretada por Alexandra Maria Lara), explica que alegar ignorancia no es excusa para la complicidad —activa o tácita— en los horrores del nazismo.

O, podríamos añadir, para la complicidad activa o tácita en los horrores de cualquier otro sistema sociopolítico.

Un mensaje que vale la pena reiterar, ya que, aunque la Alemania nazi es cosa del pasado, los crímenes contra la humanidad se siguen perpetrando, instigando y condonando —en voz alta o en silencio— tanto en las autocracias como en las llamadas democracias de todos los rincones del planeta.


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