El hombre que nunca existió

La película El hombre que nunca existió (1956) es una adaptación del libro de Ewen Montagu en el que cuenta la historia real del episodio de la Segunda Guerra Mundial en el que él fue el héroe: la Operación Mincemeat. Una década después de la contienda, el cine del Reino Unido seguía conmemorando sus actos de guerra, rindiendo homenaje al ingenio de sus soldados que hicieron posible los acontecimientos decisivos, especialmente aquí con el desembarco en Sicilia.

Una vez dicho esto, no hay que esperar ninguna ambición cinematográfica de esta película, que está totalmente dedicada a su tema, con, en particular, una relectura moralista de la historia, ya que, a diferencia de la película, no se ha elegido el cadáver de un civil escocés, sino el de un vagabundo.

De hecho, el guión de El hombre que nunca existió desarrolla toda una dramaturgia en torno al caso de conciencia de Ewen Montagu sobre el uso de un cuerpo de forma no cristiana, ya que el entierro final del cuerpo no está asociado a su verdadera identidad. La película es otro intento de construir imágenes heroicas intachables en un momento en que, en el momento de su realización, la guerra sigue siendo un medio entre países para imponer sus reivindicaciones geopolíticas.

A pesar de este aspecto poco atractivo de la El hombre que nunca existió, cabe señalar que existe una verdadera preocupación por la construcción que va más allá de la simple reconstrucción histórica y rinde un homenaje que coquetea peligrosamente con la propaganda estatal (el cadáver anónimo es el de un secesionista escocés que se resarce donando su cuerpo al Reino Unido: ésta es la interpretación que puede hacerse del encuentro entre el capitán Montagu y el padre del difunto).

De hecho, la película comienza con una cuestión militar estratégica y evoluciona gradualmente hacia una historia de amor de un personaje que aún no comprende su lugar. El inteligente desenlace que se avecina demostrará que la honestidad de una mujer afligida que acaba de perder a su prometido, que es un héroe de las fuerzas aéreas británicas, es más fuerte que las trampas tendidas por un espía irlandés al servicio del enemigo nazi.

Tampoco es insignificante que en la misma película, por un lado, un escocés se sacrifique por la causa del país, olvidando su orgullo de escocés, y por otro lado, un irlandés sea el traidor. Se trata de un análisis histórico de las tensiones entre los distintos miembros forzados de lo que hoy es el Reino Unido en la década de 1950. La tercera parte se convierte en una película de espías con Patrick O’Reilly como espía irlandés.

Lo que resulta ser una idea eficaz para relanzar la historia con nuevas apuestas (el enemigo interior) no está a la altura por falta de suspense en El hombre que nunca existió: el espía queda rápidamente desacreditado por su flagrante ineficacia, a pesar de los esfuerzos del director por subrayar la maldad que encarna. A diferencia del personaje homónimo, la película existe y el interés de redescubrirla hoy reside en la posibilidad de aprehender todo el contexto de una época, la de los años 50 en el Reino Unido.


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