Las experiencias de Joseph Ratzinger (Benedicto XVI) en la Segunda Guerra Mundial

Hoy, 31 de diciembre de 2022, fallecía Joseph Ratzinger (Benedicto XVI) a los 95 años de edad. Esta no es una página religiosa para comentar las luces y sombras de su papado, pero como página histórica dedicada a la Segunda Guerra Mundial, creemos que es interesante repasar este periodo de su longeva biografía.

En mayo de 1945, miles de prisioneros de guerra alemanes caminaban por la carretera hacia la ciudad bávara de Bad Aibling. Entre ellos —cansado pero agradecido de estar vivo— estaba Joseph Ratzinger (Benedicto XVI), de 18 años, que pocos días antes se había arriesgado a morir desertando del ejército alemán.

En tres días de marcha, recorrimos la carretera vacía, en una columna que poco a poco se hizo interminable, recordaba años después el futuro Papa en sus memorias. Los soldados americanos nos fotografiaron, sobre todo a los jóvenes, para llevarse a casa recuerdos del ejército derrotado y de su personal desolado.

Al igual que su predecesor, Juan Pablo II, Ratzinger —Papa Benedicto XVI— quedó marcado por los años llenos de terror de la Segunda Guerra Mundial. Juan Pablo II, conocido entonces como Karol Wojtyla, se vio obligado a trabajar en una cantera y escapó por poco de ser detenido en una redada masiva de jóvenes por los alemanes en Cracovia; las experiencias de Ratzinger también fueron desgarradoras.

En particular, su decisión —a finales de abril o principios de mayo, justo después de cumplir la edad militar— de abandonar su unidad militar podría haberle costado la vida. En aquella época, sabía que las temidas unidades de las SS fusilarían a un desertor en el acto, o lo colgarían de una farola como advertencia para los demás.

Dejó constancia de su terror cuando fue detenido por otros soldados. Gracias a Dios eran los que ya estaban hartos de la guerra y no querían convertirse en asesinos, escribió en su libro Aus meinem Leben: Erinnerungen 1927-1977, publicado en español como Mi vida: Recuerdos 1927-1977.

Tenían que encontrar una razón para dejarme marchar. Tenía el brazo en cabestrillo a causa de una herida, recoge Ratzinger en su libro autobiográfico. Camarada, estás herido. Vete, le dijeron. Pronto estuvo en casa con su padre, Joseph, y su madre, Maria. Durante años, él y su familia habían visto cómo los nazis reforzaban su control sobre Alemania.

Su padre, policía y antinazi convencido, trasladó a la familia al menos una vez tras enfrentarse con seguidores locales del partido nazi. Un maestro local, recordaba Raztinger, se convirtió en un ferviente seguidor del nuevo movimiento, e intentó instituir un ritual pagano del palo de mayo como más propio de las costumbres germánicas que del catolicismo tradicional y conservador.

En 1941, Ratzinger, de 14 años, y su hermano Georg, se alistaron en las Juventudes Hitlerianas cuando se hicieron obligatorias para todos los chicos. Poco después, según relata en su libro La sal de la tierra, le dejaron salir por su intención de estudiar para sacerdote.

En 1943, como muchos adolescentes, fue reclutado como ayudante de una brigada antiaérea que defendía una fábrica de BMW en las afueras de Múnich. Más tarde, cavó trincheras antitanque. Cuando cumplió 18 años, el 16 de abril de 1945, fue sometido a un entrenamiento básico, junto a hombres de entre 30 y 40 años, reclutados cuando el Tercer Reich atravesaba su agonía.

Fue destinado cerca de su ciudad natal —no dice dónde— pero no entabló combate con las tropas estadounidenses que se acercaban. Cuando regresó a casa, los americanos llegaron por fin, y establecieron su cuartel general en la granja del siglo XVIII de sus padres, a las afueras de la ciudad.

Le identificaron como soldado alemán, le hicieron ponerse el uniforme, levantar las manos y le hicieron marchar para unirse a otros prisioneros retenidos en un prado cercano. Llevado a un campo cerca de Ulm, acabó viviendo a la intemperie durante varias semanas, rodeado de alambre de espino. Finalmente fue liberado el 19 de junio y viajó en un camión de leche de vuelta a su pueblo natal, Traunstein.

Su familia se alegró de verle. Por supuesto, para que la alegría fuera plena, faltaba algo. Desde principios de abril no se sabía nada de Georg, recordó el Papa Emérito. Así que había una silenciosa preocupación en nuestra casa.

De repente, a mediados de julio, entró Georg, ileso. Se sentó al piano y tocó el himno Grosser Gott, wir loben Dich (Poderoso Dios, te alabamos), mientras padre, madre, hermana María y Joseph Ratzinger se regocijaban. La Segunda Guerra Mundial había terminado en Europa de verdad. Y el Papa Emérito Benedicto XVI escribió entonces lo que sige: Los meses siguientes de libertad recobrada, que ahora habíamos aprendido a valorar tanto, pertenecen a los meses más felices de mi vida.


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