La menstruación durante el Holocausto

Un tema hasta ahora considerado irrelevante por la investigación puede, en cambio, decir mucho sobre la experiencia de las mujeres en los campos de concentración nazis.

La menstruación es un tema que rara vez nos viene a la mente cuando pensamos en el Holocausto y ha sido un tema ampliamente evitado como área de investigación histórica. Y esto es lamentable, ya que la menstruación es una parte fundamental de la experiencia de las mujeres.

Los testimonios orales y las memorias muestran que las mujeres se avergonzaban de hablar de la menstruación durante su reclusión en los campos de concentración, pero al mismo tiempo muestran que siguieron sacando el tema superando el estigma asociado a él.

Cuando la menstruación ha entrado de algún modo en la investigación histórica sobre la Shoah, sólo se ha abordado desde un punto de vista médico, y puramente reproductivo: se ha hablado, por ejemplo, de las esterilizaciones forzadas o de la ausencia de menstruación (amenorrea). Pero la experiencia de la menstruación en esos contextos, siempre presente en la memoria de las supervivientes, también significaba mucho más.

Para las mujeres, el encarcelamiento se vivía como una exposición total de sus cuerpos a la mirada de los demás. Liliana Segre, deportada al lager de mujeres de Auschwitz-Birkenau a la edad de trece años, por ejemplo, relató lo siguiente:

En el lager sentí muy fuertemente el pudor violado, el desprecio de los nazis varones hacia las mujeres humilladas. No creo en absoluto que los hombres sintieran lo mismo.

Y de nuevo:

El expolio de la feminidad, el afeitado, la pérdida de la menstruación, eran un camino común para todas las mujeres. Sí, todas sufrimos mucho. Yo sufría mucho con la menstruación y recuerdo que uno de los primeros pensamientos cuando llegué fue: ¿qué haré cuando me venga la regla?.

Para muchas mujeres, la menstruación coincidía con la vergüenza del sangrado público y la incomodidad de no poder controlarlo. Su ausencia, en cambio, significaba ansiedad y miedo a la infertilidad. Como consecuencia de la emaciación y el horror, tras la deportación a los campos de concentración, un número significativo de mujeres en edad reproductiva dejaron de menstruar y experimentaron la angustia de ser infértiles para siempre.

Basta con recuperar testimonios somo el de Charlotte Delbo, partisana francesa, deportada y superviviente de Auschwitz, de una discusión que tuvo lugar en una habitación llena de mujeres en el momento de su encarcelamiento:

Es molesto no tener la regla… Empiezas a sentirte mayor. Tímidamente, Irene preguntó: “¿Y si luego no vuelve nunca?”. Al oír aquellas palabras, una oleada de horror nos invadió a todas. Las católicas hicieron la señal de la cruz, otras recitaron el Shemá (oración de la liturgia judía). Todas intentaron exorcizar esa maldición a la que nos habían condenado los alemanes: la infertilidad. ¿Cómo dormir después de todo esto?

Para las mujeres que seguían menstruando, era necesario enfrentarse a las atroces condiciones higiénicas de los campos. Este es el terrible testimonio de Trude Levi, una enfermera judía húngara de 20 años:

No teníamos agua para lavarnos, ni ropa interior. No podíamos ir a ninguna parte. Todo se nos quedaba encima y para mí fue una de las cosas más deshumanizadoras que he vivido nunca.

Julia Lentini era una joven romaní de 17 años de Biedenkopf, Alemania, deportada primero a Auschwitz-Birkenau y después a Schlieben. En su testimonio, relató cómo las mujeres que menstruaban tenían que encontrar estrategias para gestionarlo:

Cogías la ropa interior que te daban, la rompías, hacías trocitos y los guardabas como si fueran oro… los enjuagabas un poco, los ponías debajo del colchón y los secabas, para que nadie pudiera robarlos.

Algunos utilizaban otros materiales. Gerda Weissman, una mujer polaca que tenía quince años cuando fue deportada, comentó lo siguiente:

Fue algo difícil porque no tenías provisiones, ya sabes. Tenías que encontrar papelitos y otras cosas dentro de los aseos.

Estas piezas tenían su propia microeconomía en los campamentos. También fueron robadas, regaladas, prestadas y comercializadas con otros fines.

En algunos casos, la menstruación salvaba a las mujeres de experimentos o violaciones. Elizabeth Feldman de Jong contó que, poco después de su llegada a Auschwitz, dejó de menstruar, a diferencia de su hermana, que estaba con ella.

Un día la llamaron para someterla a una operación (en los campos, a muchas prisioneras les extirpaban el útero o les inyectaban un líquido irritante para esterilizarlas). Se presentó con la ropa interior de su hermana, manchada de sangre, y el médico se negó a operarla.

Hay otra historia atroz de dos mujeres jóvenes que fueron sacadas a la fuerza de su casa por soldados alemanes en Polonia el 18 de febrero de 1940: sólo una de ellas fue violada, la otra no porque estaba menstruando.

Otro testimonio significativo es el de Lucille Eichengreen, una joven prisionera alemana que contó en sus memorias cómo durante su reclusión en el campo de concentración de Neuengamme, cerca de Hamburgo, encontró un pequeño trozo de tela: pensó en utilizarlo para cubrirse la cabeza rapada, pero preocupada por si la castigaban por poseer un objeto prohibido, lo escondió entre las piernas. Cuando un guardia alemán la llevó aparte para violarla, la manoseó y encontró la tela: ¡Sucia puta inútil! ¡Agg! Estás sangrando —dijo. Y la dejó marchar.

En términos más generales, la menstruación creaba relaciones entre las mujeres dentro de los campos.

Hannah Arendt, una de las mayores pensadoras políticas del siglo XX, escribió en Los orígenes del totalitarismo que los campos servían, además de para exterminar y degradar a los individuos, para llevar a cabo el horrendo experimento de eliminar, en condiciones científicamente controladas y controlables, la espontaneidad misma como expresión del comportamiento humano.

Pero la solidaridad femenina provocada por la experiencia compartida de la menstruación cuenta otra historia. Y muchos han sido testigos de ello. Algunas adolescentes tuvieron su primera menstruación en los campos, encontrando complicidad y apoyo de las internas mayores.

Tania Kauppila, ucraniana, estuvo en el campo de Mühldorf, en Baviera, y tenía 13 años cuando menstruó por primera vez: No sabía lo que le pasaba, lloraba, tenía miedo de morir y no sabía qué hacer. Las otras mujeres del campo, como madres o hermanas, le enseñaron todo.

Varias estudiosas feministas del Holocausto, como Sibyl Milton, han analizado las estrategias colectivas puestas en práctica por las mujeres de los campos para sobrevivir, como la formación de las llamadas familias del campo o familias sustitutas, pequeños grupos de cuidado mutuo en las que unas cuidaban de las otras.

Sin embargo, es sorprendente que no se haya escrito casi nada sobre la sororidad vinculada a la menstruación, ni en general nada específico sobre este tema a pesar de que era algo evidentemente significativo.

Tras la Liberación, muchas mujeres que padecían amenorrea vivieron el retorno de la menstruación como una celebración, como un símbolo de su nueva identidad.

Amy Zahl Gottlieb, en una entrevista para el Museo Conmemorativo del Holocausto de Washington, en Estados Unidos, habló precisamente de cómo las mujeres, liberadas de los campos nazis, empezaron a tener una vida normal y comenzaron a menstruar de nuevo: convirtiendo la propia menstruación en un símbolo de su recién descubierta libertad.