La historia de cómo se fundó el 24 de octubre de 1945 la organización que hoy es lo más parecido a un “gobierno mundial”: la Organización de las Naciones Unidas (ONU).
En la noche del 23 al 24 de octubre, cientos de monumentos de 75 países de todo el mundo se iluminaron de azul para conmemorar el 70 aniversario del nacimiento de las Naciones Unidas, la organización creada al final de la Segunda Guerra Mundial para evitar el inicio de otro gran conflicto.
Hoy en día, las Naciones Unidas son una organización enorme, con un presupuesto anual de 40.000 millones de dólares, 193 estados miembros y docenas de agencias comprometidas con la resolución de los grandes problemas del mundo, como el hambre, las epidemias y la discriminación.
El nacimiento de las Naciones Unidas no era una conclusión inevitable al final de la Segunda Guerra Mundial. La Sociedad de Naciones, una organización similar creada 25 años antes, había fracasado completamente en su principal objetivo: evitar el inicio de una nueva guerra mundial.
Las ambiciones y rivalidades de los Estados individuales habían demostrado ser un obstáculo demasiado difícil de superar, y el hecho de que Estados Unidos -principal promotor de la Sociedad de Naciones- hubiera decidido no unirse restó gran parte de la capacidad de la organización para influir en los Estados miembros.
En 1945 había que estar dotado de una fuerte dosis de idealismo para creer que la repetición del experimento habría producido resultados diferentes. El nacimiento de la ONU fue precisamente el producto de la contribución de intelectuales, activistas y políticos bienintencionados, así como de estadistas que tenían en mente la “realpolitik”, el pragmatismo en política.
El primer documento que, según algunos historiadores, puede considerarse el “nacimiento de las Naciones Unidas” es la Declaración del Atlántico formulada por Estados Unidos y el Reino Unido en agosto de 1941, unos dos años después del inicio de la Segunda Guerra Mundial.
Unos meses más tarde, el contenido de esa primera Declaración se repitió en la Declaración de las Naciones Unidas, un documento firmado por las principales potencias en guerra contra el Eje, a saber, Estados Unidos, el Reino Unido, Rusia y China, además de otros 26 países. Fue la primera vez que se mencionó el término “Naciones Unidas”, que a lo largo de la guerra se utilizaría a menudo para referirse a lo que hoy identificamos como “los Aliados”.
Las dos declaraciones contenían un conjunto de principios que incluso hoy se considerarían ambiciosos e idealistas. La guerra, se escribió, no debería conducir a la ampliación territorial de ninguno de los beligerantes, al final de las hostilidades los pueblos tendrían derecho a la autodeterminación y sus derechos humanos y políticos deberían ser respetados.
Las declaraciones también tenían contenidos más prosaicos, como el compromiso de luchar contra Alemania, Japón e Italia sin firmar acuerdos por separado -ese era el punto clave para los principales beligerantes: establecer claramente que no habría una paz por separado hasta la victoria.
En las declaraciones también hubo una considerable dosis de hipocresía por parte de muchas de las partes contratantes. El Reino Unido, por ejemplo, gobernaba entonces casi un tercio del mundo y tenía bajo su mando a decenas de pueblos a los que nunca se les había preguntado qué pensaban del dominio británico.
La Unión Soviética tenía millones de ciudadanos encarcelados en gulags y estaba en proceso de trasladar a millones de sus ciudadanos de grupos étnicos considerados “infieles” de un rincón a otro del país.
En los años siguientes a las declaraciones, mientras la guerra seguía su curso, Estados Unidos, el Reino Unido, China y Rusia continuaron las negociaciones y establecieron la necesidad de sustituir la antigua Sociedad de Naciones por un nuevo organismo más dinámico y eficaz.
Las características de la ONU se decidieron durante una serie de conferencias celebradas entre 1943 y 1945 y algunos de los errores cometidos una generación antes -o al menos, los que se consideraron errores- no se repitieron.
Se decidió, por ejemplo, que las cinco potencias vencedoras de la guerra gozarían de una posición de especial preeminencia dentro de la nueva organización: así nació el Consejo de Seguridad, cuyos cinco miembros permanentes, Estados Unidos, Reino Unido, Francia, China y Rusia, gozarían del derecho de veto sobre cualquier iniciativa de la organización.
Durante las últimas semanas de la guerra en Europa, en abril de 1945, los países que habían firmado la Declaración de las Naciones Unidas se reunieron en San Francisco para decidir la creación de una organización que los representara.
Acordaron la Carta de las Naciones Unidas, que, al igual que la Constitución de un Estado nación, constituye el fundamento de la ONU, y estipularon que el nuevo documento entraría en vigor el 24 de octubre de ese año. El 6 de enero de 1946 se celebró en Londres la primera Asamblea General de la nueva Organización de las Naciones Unidas.
Han pasado setenta años y hasta ahora nunca ha habido una tercera guerra mundial. Otro conflicto mundial podría haber sido aún más devastador que los dos primeros, dada la existencia de armas nucleares. Cuánto mérito se debe a la ONU o si la ONU no tuvo nada que ver con este éxito sigue siendo objeto de debate entre historiadores, analistas y políticos.
Pero la ONU no sólo ha intentado evitar una nueva guerra mundial, y a lo largo de los años su cometido se ha ampliado, desde los esfuerzos contra la propagación de epidemias hasta los destinados a frenar la malnutrición y la discriminación.
Las actividades de la ONU también han fracasado, a veces de forma espectacular: por ejemplo, cuando en 1994 las fuerzas de paz de la ONU no consiguieron evitar el genocidio de casi un millón de personas en Ruanda.
La ONU también ha logrado grandes éxitos, como la erradicación de la viruela en 1980. En los últimos años, la Agencia Mundial de la Salud, uno de los organismos miembros de la ONU, ha estado a punto de erradicar la polio (The Guardian ha elaborado una pequeña lista de estos éxitos).
Hoy en día se debate mucho sobre cuál será el futuro de la ONU, cuál ha sido su contribución en el pasado y cómo se puede reformar la organización para hacerla más eficaz. Lo que es seguro es que sin la ONU los últimos 70 años habrían sido muy diferentes.