Cómo la olvidada Resistencia filipina ayudó a derrocar a Japón en la IIGM

¿Sabías que una de las campañas más importantes de la Segunda Guerra Mundial —la Resistencia filipina— ha sido ignorada?

Incluso la historia oficial del Ejército de Estados Unidos declaró que la “lucha por el control” de las islas terminó con la rendición de Corregidor en mayo de 1942 y no se reanudó hasta que MacArthur regresó en octubre de 1944.

Sin embargo, en ese tiempo las guerrillas filipinas libraron una guerra que negó a Japón sus objetivos estratégicos, alteró la gran estrategia estadounidense y ayudó a transformar la mayor derrota militar de Estados Unidos en el mayor desastre militar de Japón. Su lucha también sentó las bases de una nación libre e independiente vital para el orden de posguerra.

En mi nuevo libro Guerra y resistencia en Filipinas, 1942-1945, muestro cómo las interacciones entre japoneses, filipinos y estadounidenses produjeron estos resultados históricos.

Espoleados por el éxito de Alemania en Europa, los japoneses precipitaron su ataque inicial a Filipinas bajo el supuesto de que la cooperación con las élites nativas unida al dominio militar de la población general pacificaría el país.

Pero a medida que la campaña de 50 días planeada por Tokio para someter las islas se convertía en un esfuerzo de 153 días, las tropas japonesas se encontraron con grupos de guerrilleros decididos. De hecho, los intentos de amedrentar a los filipinos mediante palizas, hambre y torturas sólo sirvieron para motivar a familias enteras a unirse a la resistencia.

Los esfuerzos de Japón por hacer que su ejército “viviera de la tierra” y por expropiar los recursos filipinos perjudicaron aún más a la economía local y aumentaron las penurias.

El precio del arroz en Manila durante ese periodo subió un dos mil por ciento. Los mercados negros prosperaron. La gente pasaba hambre. Muchas mujeres se vieron obligadas a prostituirse para mantener a sus familias, mientras que muchas más fueron directamente secuestradas por soldados japoneses para servir como “mujeres de solaz”.

No es de extrañar que la propaganda japonesa dirigida a los filipinos que hacía hincapié en la hermandad asiática no lograra imponerse en los centros de población. Del mismo modo, la acción militar en zonas remotas no logró aplastar a las guerrillas. Cuando Tokio decidió hacer de Filipinas el campo de batalla decisivo de la guerra del Pacífico a mediados de 1944, la guerrilla seguía en posición de desempeñar un papel importante en esa lucha.

La guerra entre Japón y Estados Unidos pilló a Filipinas en plena transición hacia la independencia nacional y desgarrada por las divisiones sociales y políticas. Muchos filipinos aceptaron colaborar con los japoneses, a menudo bajo instrucciones del gobierno en el exilio, con la esperanza de asegurar la independencia o proteger al pueblo. Mientras tanto, cientos de otros, como Wenceslao Q. Vinzons, Marcos V. “Marking” Augustin y Macario Peralta tomaron las armas y organizaron la resistencia.

Con el tiempo, hasta 1,3 millones de filipinos podrían haber apoyado a más de 1.000 unidades guerrilleras. El ejército estadounidense reconocería a 260.715 guerrilleros en 277 unidades. Se calcula que 33.000 guerrilleros perdieron la vida.

Las unidades guerrilleras eligieron independientemente si invitaban o no a soldados estadounidenses refugiados a sus movimientos. Muchos filipinos, separados por rivalidades anteriores a la guerra, acordaron unirse detrás de los estadounidenses que probablemente atrajeran el apoyo del general Douglas MacArthur; otros, como Peralta, optaron por marginar a los estadounidenses para salvaguardar su independencia.

Mediante enfrentamientos con facciones rivales, los líderes guerrilleros consolidaron el poder local y crearon nuevas bases para el gobierno de posguerra. Mientras tanto, el prometido regreso de MacArthur liberó a los guerrilleros de tener que derrotar a las fuerzas de ocupación japonesas; sólo tenían que prepararse para el regreso de las fuerzas militares convencionales estadounidenses.

MacArthur había dado tímidos pasos para organizar la resistencia guerrillera enviando a oficiales como el teniente coronel John Horan a dirigir a los insurgentes en Luzón y ordenando a los comandantes de otras islas que prepararan sus propias campañas irregulares. Su traslado a Australia, combinado con las amenazas japonesas contra los 12.000 prisioneros de guerra estadounidenses y los 66.000 filipinos, minó este esfuerzo.

Aún así, estadounidenses como Robert Lapham, Edwin Ramsey, Russell Volckmann y Wendell Fertig se negaron a rendirse o escaparon de los campos de prisioneros y se convirtieron en líderes guerrilleros clave por derecho propio.

Después de que un tráfico esporádico de radio alertara a MacArthur del auge de las guerrillas filipinas, creó la Oficina de Inteligencia Aliada y la Sección Regional de Filipinas para validar la resistencia y desarrollarla bajo su mando.

En enero de 1943, el ejército estadounidense introdujo en Negros un equipo de soldados filipinos al mando del mayor Jesús Villamor para coordinar la resistencia. Esta fue la primera de las 43 misiones submarinas que entregaron suministros y agentes durante los dos años siguientes.

MacArthur adaptó este apoyo para desarrollar grupos guerrilleros fiables e impedir que un solo líder desafiara su autoridad. También aisló y controló a los grupos considerados poco fiables, como el “Ejército Popular para Combatir a los Japoneses”, también conocido como Hukbalaháp o Huks, que buscaba una revolución comunista en Filipinas y se oponía al regreso del gobierno en el exilio.

La resistencia filipina es una historia heroica de superación de la opresión y de inmensos desafíos medioambientales. Los guerrilleros soportaron un agotamiento generalizado, enfermedades y desnutrición.

Se dedicaron a la guerra irregular, el espionaje, las incursiones en las cárceles y el sabotaje. Apoyaron la guerra en tierra, aire, mar y submarina. Las mujeres desempeñaron un papel importante y dinámico en la lucha, a menudo como combatientes de primera línea.

La magnitud de la resistencia ayudó a MacArthur a convencer al presidente Roosevelt para que aprobara su regreso a las islas.

Las guerrillas capturaban los planes japoneses, llevaban a cabo operaciones previas a la invasión, guiaban a las fuerzas invasoras e incluso servían como unidades de combate del ejército regular.

Con su apoyo, MacArthur destruyó un ejército de 381.550 soldados y casi todos los aviones de combate y buques de guerra que le quedaban a Japón. También capturó 115.755 prisioneros japoneses, más del doble de los que se rindieron en todos los demás frentes durante toda la guerra.

Gracias a las guerrillas, MacArthur pudo regresar a Filipinas y Japón consiguió la batalla decisiva que buscaba, aunque no con el resultado que deseaba.


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