Hitler fue fumador durante su juventud. Años después, se dio cuenta de los peligros para la salud y, una vez en el poder, mostró una actitud pública de desprecio hacia el tabaco, al que él mismo denominaba “la ira del Hombre Rojo contra el Hombre Blanco”.
La campaña antitabaco durante la Segunda Guerra Mundial reflejaba “un clima político nacional que hacía hincapié en las virtudes de la higiene racial y la pureza corporal”. Los nazis también llevaron a cabo campañas en la misma línea campañas para reducir el consumo de alcohol y de alimentos poco saludables. Los historiadores y epidemiólogos tan solo recientemente han comenzado a explorar el movimiento antitabaco nazi.
Alemania tuvo un fuerte movimiento de lucha contra el tabaquismo en la década de los años 30 y 40, que consiguió la prohibición de fumar en espacios públicos, la prohibición de la publicidad de cigarrillos, las restricciones a las raciones de tabaco para las mujeres (se argumentaba que el tabaco causaba abortos espontáneos) y que culminó con un corpus de conocimientos médicos vanguardista sobre el tabaco (se logró establecer por primera vez el estrecho vínculo entre fumar y desarrollar cáncer de pulmón).
La campaña contra el tabaco debe ser entendida en el contexto de la búsqueda nazi de la pureza racial y corporal, que también estuvo detrás de muchos otros esfuerzos de salud pública de la Segunda Guerra Mundial.
En la Alemania nazi, durante la Segunda Guerra Mundial, la abstinencia de tabaco era un “deber nacionalsocialista”. Hitler regalaba un reloj de oro a la gente de su confianza que lograba dejar el hábito. Ahora bien, se rumoreó que tras el suicidio de Hitler en 1945, muchos de ellos volvieron a fumar y conservaron sus relojes.
El Reichsführer Heinrich Himmler prohibió a los hombres de las SS el tabaco. Los activistas antitabaco lograron la prohibición de fumar en las oficinas gubernamentales, el transporte civil, en las universidades, residencias, oficinas de correos, así como en muchos restaurantes y bares, hospitales y centros de trabajo.
Se aumentaron los impuestos al tabaco, las máquinas expendedoras de cigarrillos no supervisadas fueron prohibidas y se llegó a presionar para la prohibición del tabaco al volante. El Ministerio de Educación y Ciencia, junto a la Oficina de Salud del Reich, publicó carteles que representaban el hábito de fumar como algo típicamente despreciable de judíos, músicos de jazz, gitanos, indios, negros, homosexuales, comunistas, capitalistas, lisiados, intelectuales y prostitutas.
Un individuo particularmente vil, Karl Astel (antisemita acérrimo, fanático de la eutanasia, oficial de la SS, criminal de guerra y obsesionado con una Alemania sin cigarrillos) era feliz acercándose a los fumadores y arrancándoles los cigarrillos de sus propias bocas. Como él, había muchos responsables de las autoridades nazis decididas a erradicar el tabaquismo de la Nueva Alemania que iba a surgir tras la victoria en la Segunda Guerra Mundial.
Anuncio nazi antitabaco durante la segunda guerra mundial. “El fumador empedernido: no es él el que devora el cigarrillo, sino que es el cigarrillo el que se lo devora”
Bundesarchiv, Bild 101I-004-3626-16A / Wulf / CC-BY-SA
Por cierto, uno puede sorprenderse al descubrir que la frase “tabaquismo pasivo” (Passivrauchen) no fue acuñada por los publicistas norteamericanos contemporáneos, sino por Fritz Lickint, el autor del tratado de 1100 páginas Tabak und Organismus (“El tabaco y el Organismo”), que fue producido en colaboración con la Liga Antitabaco Alemana.
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