Tabaco en la Segunda Guerra Mundial (ALIADOS)

Durante la Segunda Guerra Mundial, los soldados norteamericanos fueron grandes fumadores. ¿Quién podría culparlos? Las grandes estrellas de Hollywood fumaban. El propio presidente fumaba.

Los héroes que combatían al enemigo al otro lado del charco fumaban. Nadie sabía muy bien los riesgos derivados de inhalar el alquitrán y el dióxido de carbono de esa cautivadora picadura liada meticulosamente en papel de fumar y presentada en paquetes atractivos y cómodos. El negocio del tabaco iba viento en popa.

Mucha gente creía que no solo era algo bueno para las grandes tabaqueras y para sus inversores, sino que también era positivo para la economía estadounidense en general.

Un anuncio de Phillip Morris de 1943 mostraba una colilla encendida con entusiasmo. “America está fumando más que antes”, rezaba.Ese año, Phillip Morris y sus felices competidores liaron y vendieron un número récord de 290 mil millones de cigarrillos. El 30 % de esos cigarrillos acabaron lejos del territorio continental, colgando de los labios de los soldados más jóvenes recién alistados al ejército de los EE.UU. Ahora bien, el 70 % restante de la producción se quedó en casa, en las bocas de americanos estresados y agobiados ante la cruda perspectiva de la guerra moderna.

La American Tobacco Company cosechó uno de sus mayores éxitos gracia a su marca Lucky Strike. Debido a la escasez en tiempos de guerra del tinte verde que usaban para sus paquetes (contenía cobre), los directivos de la compañía decidieron cambiar la presentación de la cajetilla, adoptando el clásico rojo sobre blanco que todos conocemos. Aprovecharon la escasez para responder a una queja recurrente de las mujeres: las antiguas cajetillas conjuntaban mal con sus coloridas prendas.

La American Tobacco Company aprovechó también el hecho de que los uniformes del Ejército fueran averdosados. Se lanzó esta ingeniosa  campaña publicitaria tras iniciarse el teatro de operaciones norafricano. Parece ser que esta campaña de marketing fue todo un éxito: las ventas aumentaron un 38 % en 1942.

Los cigarrillos formaban incluso parte de las raciones militares, junto a otros bienes más indispensables como la carne, las verduras o las patatas. Las marcas más importantes de cigarrillos lograron hacerse un hueco en todo el mundo, tanto que incluso llegaron a escasear en casa. A menudo era misión imposible encontrarse un paquete de Cherterfield, Camel, Kool o Pall Mall.

Los norteamericanos que no estaban en el frente se tenían que conformar con marcas olvidadas, eso sí tenían la inmensa suerte de encontrar unos pitillos que llevarse a la boca. Archie P.McDonald, un historiador de Texas, recuerda cuando se formaban colas eternas fuera de los comercios durante el par de días a la semana en los que disponían de algo de tabaco.

En diciembre de 1944, se veían carteles de “No hay tabaco” tras los escaparates de todos los establecimientos. Los cigarrillos llegaron a escasear tanto en algunos lugares que muchos fumadores se vieron obligados a dejar su adicción de manera forzosa. Otros prefirieron ser fumadores empedernidos y llegar a pagar hasta cuatro veces el precio de un paquete normal en el mercado negro.

El alcance de las consecuencias de fumar cigarrillos no se llegaría a conocer hasta transcurridos unos cuantos años tras el regreso de todos los soldados que se habían enganchado a la nicotina en la Segunda Guerra Mundial. Muchos, medio en serio medio en broma, amenazaban con denunciar al gobierno, por haberles incitado al vicio.

Lo cierto es que entre 1940 y 1945, los años de la Segunda Guerra Mundial, el consumo de tabaco aumentó en un astronómico 75 %, con una media de consumo anual que rozó la friolera de 3.500 cigarrillos por persona. Esta cifra sí que no era para tomársela a risa…

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