La Batalla de Okinawa

Un corresponsal de guerra describió la lucha en Iwo Jima como la peor batalla que había visto, una batalla en la que los hombres morían con la mayor violencia posible. Y fue un estremecedor aviso de lo que les esperaba a los americanos en la isla de Okinawa: su próximo objetivo a medio camino entre Formosa y Japón.

La flota invasora se reunió sabiendo que la lucha por Iwo Jima había costado 7.000 muertos y 20.000 heridos. Los comandantes que planeaban la batalla de Okinawa estaban decididos a no correr riesgos.

El inicio de la batalla de Okinawa

Okinawa es una isla de 110 kilómetros de largo por 13 de ancho. Detrás de sus playas se extiende un terreno escarpado y traicionero, defendido por 70 mil soldados japoneses. El 24 de marzo de 1945, los americanos comenzaron el más intenso bombardeo aeronaval de toda la guerra del Pacífico. Al cabo de una semana se habían lanzado 30.000 obuses de grueso calibre y millares de bombas sobre las zonas de desembarco.

Bombardeo realizado por un avión F4U estadounidense en las colinas de Okinawa.
Dominio público, Wikimedia Commons

El 1 de abril, la Armada americana llevó a tierra en sus lanchas de desembarco cuatro divisiones de infantería de marina, mientras 18 acorazados disparaban obuses que silbaban sobre sus cabezas.

Los infantes de Marina fueron los primeros de los 170 000 soldados del X Ejército de Estados Unidos, a los que se asignó la toma de Okinawa. Los americanos previeron que iban a encontrar una feroz resistencia en las playas, pero el comandante japonés, el general Mitsuru Ushijima, había decidido dejar que los americanos desembarcaron prácticamente sin oposición y llevarlos luego a una guerra de desgaste contra una serie de líneas defensivas en el interior de la isla.

Los americanos habían desembarcado en la zona central de la isla para tomar su aeródromo y partir Okinawa en dos mitades. Los japoneses se habían retirado a sus líneas defensivas, dispuestos a infligir el máximo castigo posible al X Ejército.

Okinawa, un infierno de túneles y kamikazes

La isla era un laberinto de túneles y de puestos de tiro, muchos de ellos equipados con armas de grueso calibre. El general Ushijima tenía otra arma que ya había sido usada contra las primeras ofensivas americanas en Okinawa. Eran los kamikazes, pilotos suicidas que toman su nombre de la tormenta que destruyó una flota invasora mongola en el siglo XIII.

Los kamikazes actuales volaban a través de una tormenta de fuego para estrellar sus aviones cargados de explosivos en las cubiertas de los buques americanos. El Bushido daba apoyo moral a los kamikazes, pero eran también fruto de la necesidad.

Y es que, a finales de 1944, la fuerza naval japonesa había sido triturada por la potencia aérea americana. Quedaban pocos pilotos experimentados. La ventaja de las tácticas kamikaze era que podían ser realizadas con éxito por pilotos novatos en cualquier clase de avión. Los kamikazes eran difíciles de parar.

Su avión tenía que ser destruido por completo para evitar daños y los portaaviones americanos con sus cubiertas de madera resultaban particularmente vulnerables a los kamikazes.

Como los samuráis a los que imitaban los kamikazes llevaban el hachimaki, un paño blanco plegado alrededor de la cabeza que mantenía los ojos del guerrero libres de pelo y de sudor. Antes de su misión, el joven piloto escribía las últimas cartas, en las que incluía reliquias tales como mechones de pelo. Luego tomaba una taza de sake purificador. Uno de ellos escribió lo siguiente: Me han dado una espléndida oportunidad de morir. Caeré como una flor de un cerezo radiante.

Estos eran los jóvenes que iban a ser lanzados contra la flota americana en Okinawa. Ya les habían mostrado a los americanos un anticipo de lo que les esperaba cuando la Fuerza Operativa 58, mandada por el almirante Mark Mitchell, hizo una incursión en el mar interior como preparativo para el desembarco en Okinawa.

Los kamikazes tropezaron con una muralla de fuego que destruyó 200 aviones. Pero seguían llegando. Entre los portaviones, el USS Wasp resultó seriamente dañado por un kamikaze y se salvó solamente gracias a una heroica lucha contra el fuego. Dos bombas convencionales crearon en el USS Franklin un infierno que se llevó las vidas de 724 tripulantes.

Después del desembarco, el primero y el sexto de Infantería de Marina se dedicaron a limpiar el norte de la isla antes de unirse a las divisiones 7 y 96 en la batalla por el sur. El 9 de abril, el cuarto cuerpo del Ejército de Estados Unidos había llegado a la línea Shuri, bloqueando el extremo sur de Okinawa.

El avance hasta la línea Shuri fue el preludio de uno de los enfrentamientos más arduos y brutales de la guerra en el Pacífico. Los americanos tuvieron que abrirse camino por un terreno sembrado de trincheras y de búnkeres. Pocos enemigos se rindieron. La mayoría luchó hasta el final.

Sucesivas líneas de alambradas hacían que sólo se pudiera avanzar reptando. Pero el comandante de Campo, el general Simon Bolivar Buckner, siguió aferrado a sus tácticas metódicas.

El tiempo trajo lluvias torrenciales procedentes del mar de la China Meridional. El suelo se convirtió en un cenagal en el que se atascaban hombres y máquinas. En el mar, la flota fondeada frente a Okinawa fue atacada por una oleada tras otra de kamikazes.

El Alto Mando japonés ordenó un ataque coordinado cuyo nombre en clave era Cielo 1. El 7 de abril, 700 aviones, muchos de ellos obsoletos y la mitad de ellos kamikazes, atacaron a la flota americana. Aquel día los japoneses perdieron casi la mitad de su aviación, pero hundieron tres destructores, un transporte de desembarco y dos buques de municiones.

Aquel no fue el resultado que había esperado el Alto Mando japonés. Pero el 11 de mayo, dos kamikazes impactaron en el portaaviones Bunker Hill en el espacio de tres minutos. Murieron cerca de 400 hombres.

Imagen del USS Bunker Hill en llamas tras las embestidas de los kamikazes japoneses.
Dominio público, Wikimedia Commons

Y algunos pilotos kamikazes volaron en misiles Okha (Flor de Cerezo). Lanzados desde la panza de un bombardero, llevaban una ojiva de 2600 libras y golpeaban el blanco a 900 kilómetros por hora.

Los buques de la US Navy se enfrentan a un adversario temible en la isla

Al nivel del mar, la respuesta americana fue formar una barrera de radares con los destructores fondeados frente a Okinawa en un abanico de hasta 100 millas. Como descubrirían los británicos en la guerra de las Malvinas, la misión de esa pantalla de radares es esencialmente sacrificarse.

La aviación enemiga, al llegar, ataca fácilmente esos blancos antes que a las unidades más pesadas próximas a las zonas de desembarco. Entre el 6 de abril y el 29 de julio, 14 destructores americanos fueron hundidos por los kamikazes.

Aparte del USS Bunker Hill, otros dos portaaviones, el USS Enterprise y el USS Hancock sufrieron graves daños. La tensión aumentaba en la flota invasora de Okinawa a tenor de los destrozos causados por los kamikazes.

Por contraste, los cuatro portaaviones británicos asignados a la Fuerza Operativa 57 salieron mejor librados. Sus cubiertas de vuelo estaban blindadas como una precaución frente al fuego de artillería que podían encontrar en las angostas aguas europeas. Estos portaaviones sobrevivieron a los ataques de los kamikazes sin daños graves.

El Yamato, la última esperanza nipona en Okinawa

Mientras tanto, al norte, la última fuerza japonesa en superficie, el gigantesco acorazado Yamato, escoltado por un crucero y ocho destructores, había zarpado de Japón. El Yamato sería el último de todos los kamikazes: sólo llevaba combustible para el viaje de ida a Okinawa.

Pero el Yamato fue detectado mucho antes de que llegara a la zona de desembarco. A mediodía del 7 de abril sufrió el ataque de 300 aviones procedentes de los portaviones americanos. No tenía cobertura aérea y fue alcanzado por seis torpedos que dejaron inútil su timón. El Yamato se hundió tras dos horas de castigo, llevándose al fondo a casi toda su tripulación de 2300 hombres.

En Okinawa, los americanos estaban atascados en una batalla paso a paso. Se presionó a Wagner para que hiciera un desembarco anfibio detrás de las líneas japonesas, pero él siguió machacando la línea del frente.

William Manchester, por entonces joven infante de marina y más tarde distinguido periodista, escribió acerca de la batalla de Okinawa lo siguiente:

Podías oler el frente mucho antes de verlo. Era una enorme fosa séptica. Era horrible, pero resultaba vagamente familiar. Recordaba a las fotografías de la guerra del 14. Dos grandes ejércitos agazapados, uno frente a otro, en medio del barro y del humo, encadenados juntos a una inimaginable agonía.

El empuje final hacia la victoria estadounidense en la batalla

Desembarco aliado en Okinawa el 13 de mayo de 1945
Dominio público, Wikimedia Commons

La batalla de Okinawa llegó a su punto álgido el 14 de mayo, cuando los infantes de marina lanzaron un ataque contra una colina conocida como Pan de Azúcar, en las cercanías de la antigua fortaleza de Shuri. En la lucha cayeron cerca de 3000 infantes de marina. Se rindieron muy pocos enemigos.

Shuri fue abandonada y Ushijima sacó a los restos de la guarnición de su última línea defensiva. Las ruinas del castillo de Shuri fueron tomadas por los infantes de marina el día 29. Pero los japoneses seguían combatiendo. Se apiñaban en un escarpado risco, a cinco kilómetros del extremo sur de la isla. Los americanos le pusieron el mote de “la Gran Manzana”.

Este último baluarte se cobró la vida del general Wagner, alcanzado por la metralla en el frente de combate. Fue enterrado en la isla con sus soldados. Las bajas americanas fueron 12.500 muertos y 36.000 heridos.Una despiadada carnicería.

En los últimos días se rindieron 4.000 soldados japoneses. Pero muchos de ellos prefirieron morir en sus búnkeres, elevando la cifra total de japoneses muertos a 110.000. Todos los altos oficiales, incluido Ushijima, se habían suicidado.

Los ataques kamikazes mataron a más de 5.000 marinos americanos y hundieron 38 barcos. Pero para conseguirlo, los japoneses habían sacrificado cerca de un millar de aviones kamikaze.

La cuarta parte de la población civil de Okinawa murió mientras duró la batalla. Los soldados americanos se horrorizaron al ver cuántos civiles estaban dispuestos a suicidarse. Los militares americanos calcularon que la invasión de Japón podría costar 250.000 muertos. Y aumentaban las pruebas de que los japoneses pensaban usar a toda la población civil como kamikazes.

Civiles en Okinawa en 1945
Dominio público, Wikimedia Commons

En las playas, a lo largo de toda la costa japonesa, las fuerzas de invasión se habrían enfrentado a una marea creciente de civiles armados con armas primitivas. ¡Era la estrategia de la desesperación! Fue esta horrible perspectiva la que hizo que Estados Unidos se decidiera a emplear su arma más terrible.

Dos bombas atómicas lanzadas sobre las ciudades de Hiroshima y Nagasaki y llevaron a la rendición japonesa el 15 de agosto de 1945. Paradójicamente, las bombas puede que salvaran cientos de miles de vidas japonesas y americanas.


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