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- Montecassino, el infierno italiano de la Segunda Guerra Mundial
- El teniente general Mark Clark, clave aliada en Montecassino
- Albert Kesselring y Fridolin von Senger und Etterlin, aristocracia alemana en la batalla
- La abadía de Montecassino, testigo de la batalla
- Anzio, más complicaciones para Montecassino
- Las tropas de la Commonwealth, heroínas de Montecassino, bajo el mando del general Freyberg
- Se decide la destrucción del monasterio de Montecassino
- El terreno escarpado de Montecassino, desafío inmenso para los aliados
- Los Fallschirmjäger de Göring, al rescate de la Wehrmacht en Cassino
- El empuje final en la batalla de Montecassino
En enero de 1944, a ambos lados de Italia, dos ejércitos aliados, uno británico y otro estadounidense, empezaron a avanzar lentamente hacia el norte, desde Nápoles hacia Roma. Finalmente, se encontraron con la principal posición defensiva alemana al sur de Roma, conocida como la Línea Gustav. Establecidas en una de las mejores defensas naturales de Europa, tropas alemanas de élite habían reforzado durante meses esa posición.
A lo largo de casi medio año, soportando unas condiciones climáticas nefastas, los aliados atacaron esas defensas alemanas. Divisiones estadounidenses, británicas, neozelandesa, indias, polacas y francesas libraron cuatro duras batallas antes de romper finalmente la resistencia alemana. Este capítulo bélico fue Montecassino.
Montecassino, el infierno italiano de la Segunda Guerra Mundial
Montecassino se recuerda no solo por ser una de las batallas más terribles de una guerra ya de por sí muy dura, sino también porque provocó graves desavenencias estratégicas entre los aliados británicos y estadounidenses, intensificando las dificultades de la guerra de coalición. Esta campaña también fue testigo del bombardeo de la abadía de Montecassino de la Orden Benedictina, centro cultural y artístico y fuente de inspiración de monasterios de toda Europa.
Dominio público, Wikimedia
La disparidad de criterio entre los aliados explica en parte por qué la captura de Montecassino resultó tan difícil. Los estadounidenses no deseaban permanecer en Italia. Pensaban que los británicos les habían engañado, arrastrándolos a una campaña que solo servía para retrasar lo que ellos creían que era mucho más importante: la Operación Overlord, es decir, la invasión de Normandía y la apertura de un segundo frente en el continente europeo.
Churchill quería atacar a los alemanes dónde y cuándo pudiera. E Italia era el escenario preferido y el modo en el que Churchill quería hacerlo suponía llevar la máxima cantidad de recursos lejos del norte de Francia. Esto es, lejos del punto elegido para la invasión de Normandía, así como lejos del frente de Stalin en el este.
La idea de victoria de Churchill implicaba ocupar Italia, hacer arder los Balcanes, liberar las islas griegas e introducir a Turquía en la guerra. Se debía penetrar en el eje europeo y vencerlo a través de lo que él llamaba su punto débil.
Los estadounidenses dieron su apoyo a la campaña italiana a regañadientes y por ello nunca hubo suficientes contingentes de hombres, suministros y equipos estadounidenses para lograr un rápido resultado.
El teniente general Mark Clark, clave aliada en Montecassino
Además, se percibía claramente una considerable tensión entre los comandantes aliados. El teniente general Mark Clark, que dirigía el 5.º Ejército estadounidense, era joven y ambicioso, pero no le gustaban los británicos. Por desgracia, tenía una mala relación personal con el comandante general, el general británico sir Harold Alexander.
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Una de las cosas que debemos recordar sobre Clark es que no era tan contrario a los británicos. Como defensor a ultranza de sí mismo, Clark se enfrentaría a cualquiera, tanto estadounidense como británico, que se cruzara en su camino, porque era ante todo un hombre con una gran ambición personal. Y si los británicos frustraba esas ambiciones, entonces sería antibritánico. Pero si hubiese sido un general estadounidense el que le frustrara, habría adoptado una posición antagónica frente a ese mismo general.
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Albert Kesselring y Fridolin von Senger und Etterlin, aristocracia alemana en la batalla
En el bando alemán, los comandantes eran auténticos profesionales con experiencia. El comandante general de Italia era el mariscal de campo Albert Kesselring. Kesselring era un hombre proviniente de las fuerzas aéreas, bien considerado entre sus tropas. Reflexionaba y calculaba las cosas con premeditación. Cuando se dio cuenta de que los aliados iban a invadir Italia, tuvo el suficiente sentido común para pensar que la mejor manera de enfrentarse a la situación era realizando una lenta retirada hacia el norte de Italia.
Bundesarchiv, Bild 183-R93434 / CC-BY-SA 3.0
Por debajo de él y al mando de Montecassino estaba un hombre aún más impresionante: Fridolin von Senger und Etterlin. Montecassino fue su batalla. Primero, los preparativos defensivos llevados a cabo fueron excelentes y durante el desarrollo de la batalla, él iba siempre por delante y sabía qué necesitaban sus soldados en el campo. Les tranquilizaba tomando la actitud del hombre que sabe lo que hace, utilizando los suministros y la munición necesaria para librar la batalla.
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La abadía de Montecassino, testigo de la batalla
La línea Gustav se extendía entre las dos mejores carreteras que cruzaban Italia de norte a sur, conectando Roma con Nápoles. Un ramal con mucha pendiente conducía hasta la costa desde las imponentes montañas del centro de Italia. Al final de dicho ramal, dominando los dos valles, a sus pies, se hallaba el monasterio benedictino.
A los pies de la colina del monasterio estaba la ciudad de Cassino, a través de la cual pasaba la más importante de las dos carreteras principales. Finalmente, a partir del paso de montaña, estaba el río Rápido, que discurría junto a la ciudad dirigiéndose hacia la costa.
Radomił, Monte Cassino Opactwo 1, CC BY-SA 3.0
Solo tenía 18 metros de ancho y su profundidad era de tres metros. Su corriente fluía a trece kilómetros por hora. La montaña, el pueblo y el río se aúnaban para bloquear cualquier intento aliado de penetrar en el ancho valle del Liri, la ruta directa a Roma. Era un buen emplazamiento militar.
El terreno elevado siempre lo es en una batalla, al contar con la inestimable ventaja de poder vigilar la zona circundante. La abadía de Montecassino se erigía a los pies de la colina, por done pasa la autopista 6 que se dirige hacia el norte, hacia Roma. Los alemanes tuvieron tres meses para preparar las defensas en la cintura de Italia, desde el Adriático hasta el golfo de Gaeta.
La llave de esta línea defensiva era la abadía y no se podía subir a la colina sin ser visto. No había mucha vegetación en la colina del monasterio de Montecassino. Hay mucho campo abierto e incluso es difícil acercarse a la montaña sin ser divisado. Pero no se puede llegar al valle del Liri sin pasar por Montecassino. Constituía el punto negro de la ruta que conducía a Roma.
El Führer espera una lucha a muerte por cada metro de terreno, decía una orden alemana de esa época y los hombres de von Senger se prepararon exactamente para eso.
El valle de Montecassino se inundó para los tanques aliados les resultase impracticable. Se colocaron minas y alambradas junto al río Rápido. El lado alemán se reforzó con morteros y ametralladoras. Se desalojó a toda la población de la ciudad y se reforzaron los edificios más grandes para convertirlos en fortalezas, mientras los más pequeños se demolían para obtener así terrenos despejados.
En la montaña se hicieron oquedades en la roca y se edificaron búnkeres y fortines prefabricados con muros y techos con placas de acero de 13 centímetros de grosor.
Se excavaron y se forraron de cemento puestos de armas más pequeños para dos hombres. Se dispusieron ametralladoras en todos los puntos elevados de la montaña para que el fuego cruzado pudiese barrer toda la zona. Finalmente, los observadores de la montaña estaban conectados con un plan de control de fuego que podía lanzar una mortal carga de mortero y de artillería en apenas cinco minutos.
El 5.º Ejército del teniente general Clarke, que incluía tropas estadounidenses, británicas y francesas, llegó con dificultad a la línea Gustav el 15 de enero de 1944. El asalto sobre la posición empezó apenas 48 horas después, tiempo demasiado breve para preparar un ataque importante y el resultado fue un desastre fácilmente previsible. A la izquierda, cerca de la costa, las tropas británicas forzaron al principio a los alemanes a cruzar el río, pero luego fueron contenidas y no pudieron expandir la cabeza de puente.
Peor aún, la 36.ª División estadounidense de Texas, que se hallaba en el centro, quedó destruida como unidad de combate en solo 48 horas. Incluso para llegar al río Rápido, las tropas tuvieron que atravesar tres kilómetros de ciénagas y fango sembrados de alambradas y minas.
Algunos ataques se realizaban por la noche con niebla o bajo el fuego de la artillería pesada y ametralladoras. Aún así, un importante número de soldados consiguió cruzar el río. Pero estas tropas fueron inmediatamente atrapadas al otro lado.
Los ingenieros, para permitir el paso de los tanques, intentaban instalar puentes, pero estos quedaban destruidos prácticamente en el acto por los proyectiles alemanes. Más hombres consiguieron pasar durante ese día y la noche siguiente, pero sin el apoyo de los tanques y sin suministro de municiones, esa cabeza de puente no podía resistir. Un puñado de hombres volvieron al final de la segunda noche del ataque, pero más de la mitad de las tropas atacantes se perdieron.
Solo en el extremo derecho de la línea aliada se realizó algún progreso. Tres kilómetros río arriba de la ciudad de Cassino. La trigésimo cuarta división estadounidense consiguió cruzar el río y, tras ocho días, llegaron al pie de la montaña que se elevaba en el valle del Rápido. Debían escalar las empinadas colinas de la montaña para poder abrirse camino hasta la sierra que se curvaba hacia la izquierda, hacia el monasterio, y dominaba los valles a sus pies.
Lucharon durante una semana apoderándose de los peñascos desde donde los alemanes habían estado disparando con un fuego mortífero contra las rocas que tenían debajo.
La 34. División llegó a 900 metros de distancia del monasterio, pero allí tuvieron que detenerse ya que estaban totalmente extenuados. La primera batalla de Montecassino había terminado tras tres semanas y media. A un precio terrible en vidas, el 5.º Ejército había conseguido un pequeño paso en el extremo izquierdo de la línea. Había librado combates en las montañas de la derecha, siendo desastrosamente repelidos en el centro. Dos divisiones del 5.º Ejército se hallaban en peligro de ser aniquiladas.
Anzio, más complicaciones para Montecassino
Frustrado por el lento avance de la campaña italiana, Churchill había insistido en un desembarco anfibio en Anzio, que se encontraba tras las líneas alemanas. La idea de Churchill era rodear la línea Gustav, un paso más cerca de Roma, intentar desembarcar en la playa y aunque no pudiera lograrlo y destruir a los alemanes, al menos les obligaría a enviar tropas a contrarrestar dicho desembarco. Esta maniobra apartaría a los alemanes del resto de la línea Gustav debilitándola y cuando los alemanes tuvieran menos tropas en la línea Gustav, los aliados la atacarían.
El desastroso primer ataque sobre Cassino se había improvisado a toda prisa porque debía coincidir con el desembarco en Anzio el 22 de enero. Se esperaba que la campaña de Anzio asustara a los alemanes y se retiraran, pero no se produjo ni terror ni retirada. Los aliados disponían de pocas lanchas de desembarco, justo para llevar dos divisiones a la costa de Anzio, fuerza insuficiente para constituir una amenaza real.
Como estaban limitados a únicamente dos divisiones, la necesidad de establecer un puente aquí, avanzar y apoderarse de más terreno, estaba muy por encima de las posibilidades de las tropas. Esa era la realidad de la campaña de Italia, que siempre ocupaba el segundo puesto en importancia después de la Operación Overlord de Normandía.
Kesselring vio rápidamente la oportunidad de asestar un golpe mortal a los aliados en Anzio, obligándoles a retroceder hasta el mar. Por ello, los aliados debían atacar Cassino otra vez para alejar de Anzio algunas de las tropas de Kesselring. Anzio se había planeado como una manera de ayudar al ataque de Cassino, pero al final sería Cassino el que iba a salvar a Anzio. Así que se produciría otro ataque fulgurante sobre Cassino, pero esta vez las protagonistas serían tropas de la Commonwealth.
Las tropas de la Commonwealth, heroínas de Montecassino, bajo el mando del general Freyberg
La división neozelandesa y la Cuarta División India eran fuerzas de élite. De hecho, el propio Rommel consideraba que las tropas neozelandeses estaban entre las mejor preparadas. La Cuarta División India también estaba bien considerada por estar compuesta por los soldados profesionales sij y gurkas, con gran experiencia bélica, además de por una brigada de tropas inglesas. Al mando de ambas divisiones estaba el general Bernard Freyberg, condecorado tres veces en la Primera Guerra Mundial y herido tan a menudo que, durante las cenas, Churchill solía pedirle que se quitase la camisa para enseñar sus numerosas cicatrices a los invitados.
Archives New Zealand, General Freyberg, CC BY-SA 2.0
Todos aquellos que conocían a Freyberg afirmaban que era uno de los hombres más valientes que habían conocido. Pero hay un interrogante sobre la actitud de Freyberg. Hay quien opina que llegó a su nivel de competencia máximo en el mando de divisiones y que no debería haber ascendido más. El problema de Freyberg fue que en Montecassino no se iba a conseguir nada, y eso que a Freyberg le fue bastante mejor de lo que les habría ido a muchos otros generales en sus mismas circunstancias.
El plan de Freyberg para el segundo ataque de Montecassino era sencillo. La división neozelandesa debía asaltar la estación de tren del sur de la ciudad, lo que permitiría a los blindados aliados rodear la ciudad y acceder al valle del Liri, el camino hacia Roma. Mientras tanto, en las montañas, la división india proseguiría el ataque donde los estadounidenses se habían detenido y se dirigiría hacia la estrecha cresta para conseguir llegar hasta el monasterio. Este plan colocaba en plena línea de fuego el antiguo monasterio.
Aunque este se hallaba justo en medio de la línea alemana, los alemanes siempre insistieron en que no lo habían fortificado ni habían colocado tropas en él. Además, sacaron los tesoros del monasterio y evacuaron a todos los religiosos, salvo al anciano abad y a unos pocos monjes. Freyberg se enfrentó entonces a una difícil situación. Los alemanes tenían puestos de armas cerca de los muros del monasterio y pocos aliados confiaban en su palabra de que no había armas dentro del edificio.
Se decide la destrucción del monasterio de Montecassino
Se discutió mucho si era acertado bombardear el monasterio. Se sabía que los alemanes estaban allí, aunque ellos afirmaban que no. Y aunque no estuvieran quizá dentro, estaban fuera, en sus puestos de observación.
A Freyberg le preocupaba que hubiese una desventaja táctica. Muchos estadounidenses estaban preocupados por esta desigualdad táctica. Creían que todo estaba lleno de soldados alemanes y de armas. ¿Por qué no destruir el monasterio de Montecassino? ¿Por qué arriesgarse? Por qué enviar muchachos a su casa de Nueva Zelanda en ataúdes o enterrarlos en Italia solo por no destruir un edificio?
Los comandantes neozelandeses no querían arriesgarse a perder hombres por dudar si había o no alemanes en el monasterio. Así que finalmente se decidió bombardear el edificio. Y hubo francotiradores en lo alto del monasterio después de que lo bombardearán.
142 Flying Fortress y 112 bombarderos medianos lanzaron 576 toneladas de bombas sobre Montecassino. Los muros quedaron bastante enteros, pero los patios interiores, la iglesia y los edificios monásticos fueron totalmente destruidos. Cuando bombardearon el monasterio, las tropas lo celebraron mucho, porque odiaban esa imponente presencia que se cernía sobre ellos como un ángel vengador.
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El abad y el resto de la comunidad sobrevivieron al ataque y entregaron a los alemanes una declaración en la que confirmaban que no había tropas en el edificio cuando lo bombardearon. En vista de la gran controversia causada por dicho bombardeo, resultó irónico que no beneficiase a las tropas a las que debían ayudar.
El terreno escarpado de Montecassino, desafío inmenso para los aliados
Una vez que se hubo bombardeado el monasterio, el ataque, en lugar de intensificarse, perdió algo de fuerza durante algunas horas antes de continuar. Durante ese tiempo, los alemanes pudieron montar sus ametralladoras y causar el caos entre las tropas que avanzaban. Tras el bombardeo, el 4.º Regimiento entró en el monasterio porque era la fortaleza más grande que se pueda imaginar.
Los indios, recién llegados, a la montaña ocuparon la mitad de la larga, estrecha y curvada cresta que conducía a la colina del monasterio de Montecassino. Su ataque sobre el edificio, que se encontraba apenas a 900 metros, debía empezar desde un peñasco de la cresta llamado Cota 593, pero este estaba aún en manos alemanas cuando tuvo lugar el bombardeo. Y así siguió. Durante tres noches seguidas, las tropas inglesas e indias intentaron reptar por la estrecha cresta y atacar dicha Cota 593 para llegar así al monasterio.
Primero intentaron un ataque con una compañía, luego con un batallón y después con tres batallones. Pero el resultado fue siempre el mismo. Todos los ataques fueron repelidos, sufriendo los aliados numerosas bajas. Había que prescindir del asalto a la montaña, ya que en cada una de las noches, la mitad de los atacantes habían resultado muertos o heridos. Nunca podían llegar a concentrarse suficientes tropas en la estrecha cresta para capturar el monasterio.
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Sin embargo, el otro ataque de Freyberg en el valle contra la estación de tren estuvo muy cerca de lograr el éxito. Realizado durante la noche por dos compañías de la división neozelandesa, consiguió un punto de apoyo durante la dura batalla, pero el amanecer trajo consigo un decidido contraataque alemán con tanques e infantería que no dejó más opción a los neozelandeses que la retirada. Más de la mitad de ellos murieron o resultaron heridos durante este ataque.
Freyberg decidió entonces detener la batalla, cerrarla en ese punto en el que algunos historiadores dicen que los neozelandeses estuvieron a punto de apoderarse de Cassino. Estuvo muy acertado al parar la batalla en ese punto, porque aunque hubiese conseguido hacerse con la estación de tren, ¿de qué habría servido?
No importaba lo que se hiciera en la estación de tren, no importaba lo que se hiciera en los edificios de alrededor. Si miraban hacia la colina del monasterio, allí se encontraban los alemanes que podían mirar hacia abajo y lanzar bombas de mortero sobre la ciudad, atacar con artillería, disparar con ametralladoras, hacer lo que quisieran porque pasara lo que pasara en la estación de tren, la colina del monasterio seguía ahí, cerniéndose sobre ellos.
Mientras tanto, los alemanes lanzaron su ataque más violento sobre Anzio. De algún modo, los aliados consiguieron resistir en esa posición, pero sabían que los alemanes volverían a atacar, por lo que no se podía relajar la presión sobre Cassino. ¿Pero dónde se debía atacar? Ya se había intentado en la montaña, en el río y en el valle, sin éxito alguno. Existía una última posibilidad: un ataque en dos frentes desde el norte, uno sobre la ciudad y el otro justo encima de ella, es decir, sobre la parte más baja de la colina del monasterio.
Este terreno sería adecuado para que la infantería pudiera recibir el apoyo de los tanques. Un ataque bien efectuado liberaría tanto el monasterio como el pueblo y permitiría que 600 tanques aliados entrasen en el valle del Liri hacia Anzio y Roma. Para apoyar a los batallones atacantes se diseñó una nueva estrategia. El pueblo de Cassino y sus defensores alemanes serían atacados desde el aire por centenares de bombarderos.
Los bombardeos eran necesarios para apoyar a la infantería, ya que no disponían de nada más para realizar esa tarea. Pero eso creó problemas, porque los británicos y los estadounidenses no eran muy buenos en su cooperación tierra-aire y nunca habían hecho pruebas con bombardeos estratégicos para ayudar a las operaciones terrestres.
Los alemanes también habían hecho sus propios preparativos. La artillería, las ametralladoras y los tanques cubrían la parte baja de la colina del monasterio de Montecassino y las casas de piedra de la ciudad, reforzadas con cemento y acero, escondían tras sus muros tanques y armas automáticas.
Los Fallschirmjäger de Göring, al rescate de la Wehrmacht en Cassino
Las exhaustas tropas alemanas fueron sustituidas por la división de paracaidistas Hermann Göring, los míticos Fallschirmjäger, un cuerpo de élite, y fueron sus siete batallones los que renovaron las hostilidades contra las mismas tropas que habían expulsado de Creta tres años antes.
Bundesarchiv, Bild 146-1974-006-62 / Czirnich / CC-BY-SA 3.0
Fue entonces cuando el factor climático intervino. Se necesitaban al menos tres días de buen tiempo para que la tierra se secase y para que los bombarderos atacasen en sus objetivos. Pero llovió a lo largo de tres semanas, durante las cuales las tropas tuvieron que permanecer en sus posiciones hasta que cambiase el tiempo. Finalmente, el 15 de marzo, el tiempo mejoró y empezó la Operación Bradman: 500 bombarderos llegaron por turnos para lanzar más de 1000 toneladas de bombas sobre la pequeña ciudad de Cassino.
Dos filas de neozelandeses, precedidos por tanques, empezaron a avanzar hacia el sur, hacia la ciudad, y una tercera escaló la parte baja de la colina que albergaba el monasterio de Montecassino para conseguir que los alemanes salieran de la colina del Castillo, una importante elevación de la cresta a medio camino entre la ciudad y el monasterio.
Los aliados acabaron por hacer un favor a los alemanes al destruir la ciudad, porque, cuando entraron los tanques, estos no podían acercarse a los alemanes por estar las calles impracticables. De ellos se tuvo que ocupar la infantería, resultando una lucha cuerpo a cuerpo que para los alemanes era mejor que combatir contra los tanques.
Ningún tanque podía penetrar en ese caos de ruinas y el avance se frenó mientras las tropas intentaban abrirles paso. Los alemanes los obstaculizaron todavía más, abriendo fuego desde los escombros, aunque la mitad de los 360 paracaidistas de la ciudad ya estaban muertos. Pero esa noche, los alemanes enviaron refuerzos y concentraron su resistencia en el interior y alrededor de dos grandes hoteles que se encontraban al sur de la ciudad. Cuando la lucha en la ciudad se estancó, también se detuvo la batalla por la colina de la abadía de Montecassino.
Finalmente, la colina del Castillo se conquistó gracias a las tropas gurka y punjabíes, que nuevamente en acción aguantaron durante una semana sin tener prácticamente ni comida ni agua. Y, además, los alemanes perdieron todo un batallón intentando recuperarla.
Pero tras cinco días de lucha continua, las tropas aliadas estaban totalmente extenuadas. Freyberg sabía que la segunda división neozelandesa sencillamente no podía avanzar más y tenía informes de sus comandantes de brigada que decían que estaban exhaustos y por completo destrozados.
Aunque no quería volver a otorgar ventaja a las tropas de paracaidistas, Freyberg decidió consolidar sus logros y no arriesgarse a perder más por proseguir el ataque. Pero ni la división india ni los neozelandeses volverían a ser los mismos.
El final de la tercera batalla de Cassino, el 24 de marzo, trajo un período de relativa calma de seis semanas. Con la cabeza de playa de Anzio asegurada, el general Alexander, comandante de la invasión, por fin tenía libertad para planear un ataque cuidadosamente calculado en el momento y en el lugar que deseara. No solo pretendía entrar en Cassino, sino además librar una batalla para rodear y destruir todas las fuerzas alemanas de Italia.
El empuje final en la batalla de Montecassino
Alexander planeaba atacar entonces toda la extensión de la línea alemana desde la costa a las montañas. No habría más ataques desesperados en estrechos pasos de 900 metros o menos. Los alemanes deberían repeler un asalto coordinado a lo largo de 30 kilómetros de frente.
Cuando sus 16 divisiones hubiesen entrado y persiguieran a los alemanes por el valle del Liri hacia Roma, Alexander quería que la fuerza de Anzio, que entonces estaba compuesta por seis divisiones, detuviera y bloqueara la retirada alemana. Atrapados al sur de Roma, entre la espada de la fuerza de Cassino y la pared de las tropas de Anzio, los ejércitos alemanes 10.º y 14.º serían entonces aniquilados.
Era una estrategia que parecía concebida por los rusos por su meticulosa preparación y por su ataque en un frente amplio para poder dispersar al enemigo, seguido de una gran concentración en un pequeño sector de frente donde poder penetrar. Alexander se tomó mucho tiempo. No quería precipitarse en los preparativos.
La clave para el éxito del plan era el secretismo y el engaño. Nueve divisiones enteras lograron cruzar Italia sin que los alemanes se dieran cuenta. Cuando dos divisiones polacas llegaron al frente, les facilitaron operarios ingleses para las radios, por si los espías alemanes oían su acento. Además, se preparó una elaborada tapadera para convencer a los alemanes de que el ataque aliado incluiría un nuevo ataque anfibio, esta vez al norte de Roma.
Todo funcionó como un mecanismo de relojería. ¡El efecto sorpresa fue tan completo que von Senger se encontraba de permiso cuando se produjo el ataque!
El 11 de mayo, al atardecer, cuando empezaba a oscurecer, no había intercambio de proyectiles alguno y parecía curioso que la artillería no disparara. Todo estaba tranquilo. La hora elegida eran las once de la noche, las 23 horas, y la BBC iba a enviar una señal para que los 1.100 cañones en el frente y el resto del frente estadounidense abriesen fuego exactamente al mismo tiempo.
Toda la línea del frente que se veía que iba hacia Nápoles, lejos en las montañas, apareció como si de pronto alguien encendiera la luz. Dos mil piezas de artillería abrieron fuego y bombardearon sin tregua, dando comienzo entonces el avance de las tropas.
En el extremo izquierdo, cerca del mar, dos divisiones estadounidenses fueron repelidas. En el interior, un poco más allá, dos divisiones francesas empezaron a penetrar en las montañas. En el valle del Rápido escenario de la desastrosa primera batalla, las tropas británicas e indias consiguieron cruzar el río. Los alemanes recibieron una sorpresa desagradable cuando dos tanques británicos siguieron a la infantería, cada uno llevando una sección de puente sobre la torreta. Se dirigieron hacia el río y se detuvieron.
Los ingenieros unieron estas secciones y los primeros tanques cruzaron rápidamente para extender la cabeza de puente. En el extremo derecho, los polacos encontraron las defensas de la montaña tan difíciles de vencer como siempre, y las primeras noches de ataque no pudieron progresar nada. Pero con dos divisiones podían atacar los puestos fortificados alemanes de las crestas adyacentes, cuyo fuego cruzado había diezmado las divisiones indias en los ataques anteriores. Empezaron a avanzar, pero fue el ataque francés en el centro izquierda, a través de las supuestamente infranqueables montañas hacia el valle del Liri, lo que empezó a desmoronar la línea alemana.
Presionados en el centro, después de que los británicos hubiesen cruzado el rápido, los alemanes retrocedieron 10 kilómetros hasta su siguiente línea defensiva. Irónicamente, al final el monasterio de Montecassino fue tomado sin resistencia.
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Tras varios días de duro e intenso combate, los aliados acabaron por romper el frente alemán y empezaron a ascender por el valle del Liri. Aunque se vieron retrasados por las minas, las bombas y las retaguardias alemanas, además de por sus propios atascos de vehículos.
Sin embargo, la euforia por la captura de la línea de Cassino duró poco y fue sustituida por la decepción, la frustración y la rabia. Hubo dos motivos para ello. Por un lado, aunque las seis divisiones de Anzio rompieron el anillo alemán tal y como se había planeado y empezaron a avanzar hacia el este para cortar la retirada alemana desde Cassino, el teniente general Clark ordenó de pronto que una parte importante de las tropas se dirigiera hacia el norte.
Las fuerzas restantes eran insuficientes para enfrentarse a los alemanes que se retiraban, que entraron y salieron de Roma y se establecieron 160 kilómetros más al norte. ¿Por qué ordenó Clark que ese extraordinario cambio de dirección? Este afirmaría después que había tenido que atacar importantes contingentes alemanes en su flanco izquierdo que amenazaban sus líneas de suministro de la playa. Otras opiniones expresaron diferentes puntos de vista, señalando que Clark había hablado frecuentemente del gran premio que suponía Roma.
Como no confiaba en los estadounidenses ni en los británicos, Clark siempre creyó que Alexander no le dejaría conquistar Roma. Mark Clark se veía como un Napoleón del siglo XX. Pensaba que si podía ser el primero en llegar a Roma, eso sería una justa recompensa por lo que su ejército había tenido que soportar durante el invierno de 1944.
Sea cual sea la verdad, Clark tuvo su momento de gloria cuando condujo a las tropas estadounidenses a Roma el 4 de junio de 1944, pero dos días después su triunfo en Roma quedó ensombrecido por la invasión aliada de Normandía del 6 de junio y la apertura del esperado segundo frente.
El segundo motivo de decepción lo causó la estrategia aliada. Los estadounidenses insistieron en que a la invasión de Normandía le siguiera una invasión en el sur de Francia. Para ello, el general Alexander se vio obligado a entregar siete de sus mejores divisiones para dicha invasión y con ellas también entregó la posibilidad de echar a los alemanes rápidamente de Italia. Fue un final frustrante para una campaña frustrante.
La clave de lo que aconteció en Italia es que toda la estrategia mediterránea fue muy mal concebida. No se invade una península montañosa desde el sur para irse abriendo camino hacia el norte. Todavía hay el debate sigue. ¿Había una alternativa a la campaña italiana? ¿Estaba justificada la sangrienta batalla de Montecassino? ¡Deja tu comentario a continuación!